jueves, octubre 05, 2006

 

Secretos y mentiras

Me he enterado de que la Iglesia debate estos días la posible supresión del limbo. Se trata, explican las autoridades eclesiásticas, de elaborar un documento "sobre la suerte de los niños muertos sin bautismo", entiéndase aquí lo de suerte como sinónimo de destino, porque lo otro está claro. Los niños que se mueren, con bautismo o sin él, no parece que hayan tenido mucha fortuna.

Yo me pregunto qué pasará si los sesudos clérigos deciden que el limbo desaparezca. Me desasosiega pensar si todos esos niños que hasta ahora estaban en el limbo, según la Iglesia, deberán desalojarlo y adónde irán. Por otro lado, si es que nunca existió ese lugar, ¿dónde se alojaron hasta ahora? Y por la noche sudo y doy vueltas en la cama pensando en ese ejército de pequeños zombis deambulando por ahí dejados de la mano de Dios, nunca mejor dicho.

Eso de que los eclesiásticos se preocupen del limbo y de cómo llamar al lugar donde van los niños muertos sin bautismo, me asombra al compararlo con lo poco que parece importarles donde van los niños vivos, cristianados o no, famélicos y enfermos.

Me causa tanta zozobra porque creo que hay algo que se me escapa. Estoy segura de que me he perdido algún capítulo de ese culebrón de la Iglesia Católica apasionante y turbador.

Pero los políticos no les van a la zaga a los curas. Ahí tenemos al primer ministro húngaro Frenc Gyurcsany que se ha pavoneado de engañar a sus electores. Ole ahí tu gracia chaval. Lo peor no es eso, es que, cogido in fraganti, ni ha dimitido ni piensa hacerlo. El arguye que sabe qué le conviene a su país y que aplicará su fórmula para salvarlo. Vamos, lo de siempre. Lo que dicen los salvadores de la patria desde que el mundo es mundo.

Y qué ocurre en la tierrina. Aquí las mentiras no se desvelan y las verdades se ocultan. Algún día sabremos cuánto nos han costado los fascículos, los anuncios oficiales y otras zarandajas que pagan el Principado, o el ayuntamiento de turno, para que los asturianos no nos enteremos de nada. La pregunta es ¿si morimos inocentes, dónde iremos? Yo creo que, como muy lejos, nos encontrarán en Babia.